miércoles, 30 de enero de 2008

Lazos

Iba conduciendo rumbo a mis vacaciones cuando decidí desviarme del camino para ir a ver a María.
Me había contado que volvió a su casa, con sus padres. Me alegré y me sorprendí a la vez, pero creo que finalmente pude comprender de donde proviene el verdadero amor, el incondicional, el que no te cuestiona ni lo que sos, ni lo que has hecho, el amor que te ama a pesar de todo, el amor unido por la sangre.
Me consoló saber que esa clase de amor existe y que algún día yo lo daré y tal vez recibiré.

En una de las escasas veces que María me habló de su familia, me llegó a confiar que su madre era un ama de casa sumisa, sin opinión, gris, indiferente, un ser anónimo, invisible a los ojos de todos. Mi vieja me da lástima y vergüenza, confesó
En cambio, su padre era un militar retirado con cero amplitud mental, severo, autoritario que tenía a su esposa bajo sus órdenes, olvidando que la casa no es un campo de concentración.
Cansada de tanta estrechez e ignorancia, María decidió irse y el padre dejo bien claro que no la quería ver nunca más, que para él su única hija estaba muerta. La madre no emitió opinión alguna, pero creo que eso no sorprendió a nadie
Lo curioso es que, al enterarse lo que le pasaba a su hija, fue ese mismo militar adusto e insensible el que tocó la puerta del apartamento de María para rogarle que volviera.
No fui yo, ni Raúl, ni ningún amante del pasado, sino que fue ese hombre duro el que se doblegó ante ella pidiéndole perdón con hechos, no palabras. Tal vez vio su oportunidad de resarcirse. No se y no importa. Siempre se está a tiempo de cambiar, hasta en los últimos años de nuestra vida.

Cuando llegué, ella estaba en el jardín de su hogar en San Isidro, sentada bajo el caliente sol de la tarde y leyendo un libro (hacía años que no lo hacía). Muy delgada, pálida, sin maquillaje, despeinada y con las uñas desarregladas. Me senté a su lado mientras ella estiraba su mano blanca y helada invitándome a acompañarla mientras la madre nos servía té de camomila y el padre regaba orgulloso sus rosas amarillas.
Apretó mi mano con fuerza y mirándome a los ojos me sonrío de una manera que jamás lo había hecho.

Ahí supe que por fin ella era feliz, ahí supe que el pasado común que nos une es un lazo que nada podrá desatar.
Ni siquiera la muerte.




Para las Marías que fueron. Para las Marías que serán. Para las Marías que luchan por dejar de serlo. Para todas las Marías.
Para mi María.

miércoles, 23 de enero de 2008

Copias en carbónico

La semana pasada comenzó una chica para suplantar a María, que dejó de estar en primera plana. Nadie preguntó de nuevo por ella, a nadie le importa en donde ni como estará. Lo importante es seguir para adelante, porque no hay ser humano imprescindible.

Laura recién comienza en esto, debe ser exactamente por eso que Raúl la contrató, para pagarle una miseria y hacerla a su antojo.
Tiene 20 años y piensa que se lleva al mundo por delante, que no tiene nada para aprender. Justamente esa actitud desafiante la hace más niña todavía, aunque no lo quiera aparentar y se esconda bajo densas capas de maquillaje tosco y plataformas ridículas que la hacen ver ordinaria.
Si tan solo supiera que linda es y que fea se muestra.

Cuando nos pidieron colaboración para que le enseñáramos los movimientos, las miradas, la forma que debe actuar y hablarle a los clientes, yo no me ofrecí como voluntaria. No quiero involucrarme, no necesito mas cargas en mi vida. No quiero sentirme mal si después le sucede algo producto de su inexperiencia.

He visto pasar tantas chicas con las mismas expectativas.
He visto pasar tantas chicas creyendo que ingresarán a un universo glamoroso, divertido, pleno en sexo, dinero y hombres que las admirarán incondicionalmente.
He visto pasar tantas chicas con las mismas equivocaciones.
Tantas historias nuevas que no son más que copias en carbónico de historias viejas.

A veces pienso que mi existencia no es más que un absurdo deja vu, un espejo de otra vida de hace tiempo. A veces pienso que me gustaría correr a abrazar a mi padre y pedirle perdón.
A veces pienso que no debería pensar tanto.

Realmente no tenía ánimos para escribir, pero finalmente lo pude hacer gracias a que hoy María me llamó.

martes, 15 de enero de 2008

Vergüenza

Es imposible evitar los análisis clínicos a los que todas nos tenemos que someter periódicamente. Hay que cumplirlos a rajatabla, son las normas del establecimiento y las dejan en claro desde el primer día. Era evidente que alguno de ellos iba a delatar a María.
Supongo que aquella tarde no me dijo la verdad ante el miedo de pensar cual podría haber sido mi reacción, por eso debe haber querido retrasar ese momento lo más que pudo. Creo que hizo bien.

Obviamente que Raúl la despidió en el preciso instante en que se enteró. Es lógico, teniendo en cuenta que una noticia como ésta va a correr como reguero de pólvora, y eventualmente hubiese tenido que cerrar ante la merma de clientes. Lo prioritario es el negocio, no los empleados. Sucede en este y en todos los mundos.

Al no tener en el futuro el ingreso que actualmente costea su caro departamento, me pidió quedarse en mi casa hasta que consiguiese otro lugar más adecuado. Le expliqué que no podía ser porque mis viejos van a venir a visitarme dentro de pocos días y no tenía espacio.

Le mentí. Le mentí como me mentí a mi misma tanto tiempo diciéndome y diciéndoles a todos que soy incapaz de discriminar a alguien; pero los hechos me han demostrado que soy un saco de prejuicios. Bastante irónico e hipócrita, para alguien que hace lo que hago yo.
A pesar de estar mas que informada sobre como se contagia el virus, me sentí incapaz de convivir con una persona portadora de HIV. No sé como la miraría, como actuaría, como le hablaría. Tengo miedo de terminar reprochándole el haber accedido a todas las propuestas que se le presentaron, de juzgarla por inyectarse cualquier cosa para no enfrentar los problemas, de gastarse todos sus ahorros en frivolidades, tengo miedo de terminar diciéndole “te lo dije”. Pero sobre todo, tengo miedo de ver como se seca bajo mi techo sin que yo pueda hacer nada para evitarlo. Sin duda que los sanos tenemos mas miedos que los enfermos.

Curiosamente, cuando le dije que no podía vivir conmigo no se sorprendió. Creo que esperaba esa respuesta. Simplemente me acarició la cara, me guiñó el ojo y sonriendo se fue como si estuviese recorriendo un catwalk, casi sintiéndose orgullosa de ella misma por afrontar con dignidad lo que le está ocurriendo.

Es detestable mi forma de proceder, de solamente pensar en mí y no en ella. Soy detestable y aún consciente de eso, no hago nada para cambiar.
Los que dicen que María está condenada se equivocan. Yo y todos los que actúan como yo, lo estamos.
Tengo vergüenza de mí y me siento mal, muy mal. Necesito desaparecer por un tiempo. No se ni para qué, pero es lo que quiero.

lunes, 7 de enero de 2008

Si hasta el cielo se ha puesto a llorar

Cuando terminó el show y se quedó inmóvil en la silla, el corazón me dio un vuelco.
Lo vigilaba detrás de la cortina y seguía ahí. No sabía la razón, pero igual me ponía feliz porque tenía la lejana esperanza de que se hubiese quedado por mí.
De repente, va con Raúl y veo como él le dice que no con la cabeza.
Que horror me dio el pensar que, conociendo mi postura de no intimar con clientes, Raúl se hubiese negado a llamarme para no generar una situación incómoda.
Por eso corrí a tomarle del brazo antes que cruzara el marco de la puerta. Sentía que no llegaba mas, como los sueños en cámara lenta que hacen las cosas inalcanzables. Las piernas me temblaban, el estómago me dolía y las manos me sudaban. Parecía una actriz de novela almibarada.
Me acuerdo que solamente dijo “nos vamos” en tono casi prepotente y no esperó a que yo aceptara. Supongo que no era necesario, como tampoco lo era el mediar otra palabra por el resto de la noche.

Ojalá existiese la forma de describir lo que pasó entre esas paredes de la lujosa habitación. Fue como volver a nacer, como si no hubiese habido jamás un antes de ese momento, como si él fuese el primer hombre que tuve en mi vida.
Cuando me estaba penetrando por detrás, lo miré a la cara por el espejo. Debo haber tenido la expresión más ridícula y cursi del mundo, a juzgar por la mueca obscena que me hizo. Seguramente fue su intento frustrado de sonreír.

El no sabe hacer el amor. El transforma la cama en un campo de batalla, en un ring en donde lucha contra alguien o contra si mismo. Parece un depredador desgarrando su presa. Invade, trepa, repta, toma el cuerpo del otro como si siempre le hubiese pertenecido y ahora estuviese haciendo usufructo de su legítimo derecho. Me pregunto que guerra quiere ganar.

Quedamos exhaustos. En el momento en que le iba a preguntar su nombre, se levantó bruscamente a buscar un cigarrillo y pude ver en la pared la sombra de su tórax bajando y subiendo, todavía jadeando por mi culpa. Ese instante me deslumbró y pensé que valió la pena haber pasado todo lo que pasé en mi vida solo por vivir ese preciso segundo.
Me extrañó el que acercase el cigarro humeante al anillo de oro que siempre usa. Es una joya bastante curiosa, tiene como una suerte de sello en su parte superior, dando la impresión que fuese un símbolo.
Se acercó con su anillo al rojo vivo y lo presionó fuertemente en la cara interna de mi muñeca izquierda mirándome con furia.
Sentí muchísimo dolor, tanto como el placer que me invadió el pensar que me estaba haciendo de su propiedad. Tuve miedo de que siguiese, pero no lo hizo. Creo que mi vulnerabilidad lo detuvo. Me miró con gratitud, lamió la herida y me besó la frente.

Esa noche abracé su espalda y me dormí con una paz celestial. Cuando desperté, ya se había ido y en la almohada dejó dinero. Mi desilusión fue tan estúpida como vergonzosa.

¿Qué esperabas, idiota? ¿Qué te dijera que te ama? ¿Qué te pidiese matrimonio y te llevara a vivir con él?, me pregunté mientras la puerta lustrada del ascensor devolvía la asquerosa imagen de unos ojos escondidos tras las manchas de rimmel, el pelo revuelto y la minifalda arrugada.

En vez de contestarme, elegí volver a casa caminando para sentirme bendecida por la llovizna que había comenzado a caer.