domingo, 27 de abril de 2008

Telón


Si bien en un principio me aferré al blog como tabla de salvación en un intento de escape momentáneo del personaje que me tocó representar en esta obra, la omnipotente realidad me demostró que no existe aquello que nos haga escapar de lo que somos, sino que debemos aprender a aceptar nuestra esencia porque ella nunca accederá a dejarnos libres.
Yo ya hice las paces conmigo misma, sé de donde salgo y me someto pacíficamente al destino que el azar tenga pensado para mí.

Es por eso que hace días que renuncié al trabajo y volví con Raúl. Me guste o no, esto es lo que soy, acá es donde pertenezco y acá es donde me voy a quedar. Renunciar al trabajo diurno fue como renunciar a querer ser otra persona, a vivir otra vida que no me corresponde. A ser una impostora, una estafadora de medio pelo.
Como el correr en círculos nunca lleva a ninguna parte, tomé la decisión de quedarme quieta y esperar a que la ciudad me encuentre, me desgarre y me trague.
Ahora, dentro de su estómago caliente, profundo y oscuro me siento a salvo porque sé que llegué a casa. Tal como debe ser.

Para no dejar cabos sueltos, también llamé a mis padres y les conté absolutamente toda la verdad con lujo de detalles. Lamentablemente fue tal como había pensado y en este momento se niegan a hablarme o verme.
Es irónico como todas las vidas son el reflejo de una sola, como todo vuelve a repetirse infinitamente en un ciclo eterno que erosiona cualquier posibilidad de cambio.
No estoy feliz, pero mientras veo las horas de este domingo en blanco y negro desfilar en cámara lenta por la ventana de mi cuarto, siento que por fin las piezas del rompecabezas están donde corresponden.

Sé que no tengo mas para ofrecer, sé que me voy a transformar en una persona sin sueños, sé que seré una huella mas de tantas, sé que me perderé en la multitud; pero antes que eso suceda bajaré el telón de este blog para que lo que una vez quise ser no se esfume, sino que quede bajo resguardo de estas letras que quizá algun día tenga el coraje de leer otra vez.

Quiero agradecerte por haberme leído, por haber estado siempre a mi lado aunque sea en forma virtual, porque lo virtual de alguna manera también forma parte de nuestra realidad íntima.

No tiene porque ser una despedida.
Tal vez algún día vos y yo nos encontremos.
Tal vez algún día dejes que mis piernas ambiciosas de vida repten por tu cintura; como una enredadera buscando desesperadamente la luz del sol.
Tal vez algún día me despiertes al amanecer con un beso en la frente y me digas al oído lo que nunca escuché, pero quise escuchar tantas veces.
Tal vez algún día, ese día se convierta en todos los días.

El último "tal vez" te lo cedo para que lo completes con lo que quieras soñar.


Es un "hasta siempre" con la boca, con las manos, con los brazos... con todo este cuerpo al que amo.
Porque es mío tuyo.

jueves, 24 de abril de 2008

Sin vuelta atrás

Me llevó la semana pasada íntegra, pero lo conseguí.
Frente a mí tenía todos los legajos de César; toda su vida sucia, todo lo que necesitaba para hundirlo, hasta el fondo si fuera necesario.

Hundirlo a él y a su mujer, que vería su carrera política que tanto le esta costando forjar hecha trizas, deshecha como una hoja de papel tirada en el mar.
No estaba feliz, pero me sentía segura, satisfecha y protegida por un aura invisible construída por mí.

Necesitaba urgentemente compartir esta ilusión de victoria. Estar un rato con amigos, charlar con alguien, ver ojos conocidos después de tanto tiempo.

Fue por eso que el viernes de madrugada pasé a ver a Raúl. Porque para bien o para mal, él y las chicas son los únicos amigos que tengo.
Curiosamente, no se sorprendió de verme. Todo lo contrario, miró como si me estuviese esperando hace tiempo y me sirvió una copa mientras yo contemplaba el show de mis ex compañeras, cómodamente ubicada en una de las mesas cercanas al escenario. Fue raro estar del otro lado, y no dudé en disfrutarlo.
Las aplaudí, les silbé, les grité, las miré con lujuria, tal como tantas veces lo hicieron conmigo.
Los clientes miraban entre curiosos y atónitos. El que pudieran pensar que yo era una lesbiana buscando sexo, me daba una agradable sensación que no podría describir aunque quisiera.
Me quedé hasta el final, porque quería salir con ellas, quería abrazarlas fuerte para que supieran que seguía en pie, contra todos sus pronósticos negativos.

En medio de las bromas, el humo de cigarrillo y la resaca, me acordé de María.
-Voy a ir a verla este fin de semana sin falta, les anuncié contenta.
-Como, ¿no te enteraste? María se murió hace quince días, dijo Laura. Nadie sabe que le pasó, nos chusmeó Raúl. Parece que fue una infección generalizada fulminante, ni siquiera él sabe bien como fue.

De esa manera comenzó mi noche mas terrible. Con Laura hablando sin parar de la muerte de María como si tal cosa, como si hablara de la muerte de un gato, o de una cucaracha que encontró en la pileta de la cocina.
No lloré. No pude, no quise.
Quedé en silencio, muda, sin palabras, inmóvil, de yeso.
-Bueno Male, nos vamos, dijo otra para cortar la tensión de una vez.
Tenemos que ir a trabajar a una fiesta privada y no podemos llegar tarde. Hay mucha guita de por medio.
-Yo voy si aceptan a alguien mas, dije de pronto para el asombro de todas.
-¿Estas segura?
-Es lo mas seguro que dije en mi vida.

Y fui. No se porqué, pero fui.
No es cierto; si se porqué.
Será idiota, pero quería sentirme María por unas horas. Quería ser ella, quería saber si podía así llegar a sentir su espíritu vivo en mi cuerpo muerto.
Y fue exactamente como me había imaginado.
Me cogieron por todos lados. Me acabaron en la cara, en la boca, en el culo, en los pechos. Pasaba uno tras otro, cara tras cara, conocidas unas y desconocidas otras.
Lo hice sin parar con todos y con todas; hice lo que tenía que hacer. Pero yo no estaba ahí, estaba muy lejos, estaba al lado de ella.
Igualmente eso no importaba; no estaban pagando por mí como persona, sino por mí como un objeto. Yo estaba a la venta y ellos querían comprar.

Después de seis horas me vestí como pude, agarré un sobre lleno de billetes que un señor muy bien vestido me entregó y corrí para mi casa abriendome paso entre el humo y el calor que caía sobre esta ciudad maldita.

Quedé acurrucada bajo la ducha tibia por una eternidad, como si ella fuera a limpiar todo lo que había pasado en esa noche. Pero no; en lugar de eso, solamente evidenció un hilito de sangre que brotaba por entre mis piernas. Ni me percaté que me habían herido tanto, pero lloré como una niña cuando me di cuenta que en realidad deseaba que nunca hubiesen parado de hacerlo.

En el mundo no debe haber nada mas triste que encontrar al amor cuando se es tarde hasta para reconocerlo.

No quise ir mas a trabajar.
Quise quedarme por siempre así, observando como el río color púrpura abrazaba mis muslos, acariciaba mis rodillas, besaba mis pies y después moría resignado en la alcantarilla.
Sin pena ni gloria. Exactamente como quisiera morir yo en este preciso instante.

viernes, 11 de abril de 2008

Un as bajo la manga


César siguió viniendo regularmente, no sé si para provocarme o porque realmente necesitaba reunirse con Jorge.
Su semblante está cada día mas adusto y preocupado, supongo que debe estar involucrado en algún problema judicial bastante grande; aunque eso no le impide incomodarme con sus gestos desafiantes cada vez que se aparece.
Jorge, por su parte, me observa callado, como un científico que estudia el comportamiento de su ratón blanco mientras toma notas en un cuaderno imaginario. No me gusta tener sus ojos clavados en mi nuca todo el tiempo; hacen que me sienta parte de un experimento en el que mi destino esta marcado por el resultado del mismo.

Mientras tanto, en la oficina se respira una calma alarmante, esa la clase de calma que antecede a una tormenta anunciada y destructora.
Sin dudas que este cambio de vida me ha vuelto tan paranoica como la mayoría de la gente.

La semana pasada durante el almuerzo una de mis beatas compañeras de trabajo se quejaba que la relación con su marido había llegado a un punto muerto y que el romance se había esfumado y todo lo que usualmente sucede en una historia de pareja con tiempo de convivencia.
Una historia de tantas -pensé- y me dispuse a volver a mi escritorio. Sin embargo, algo me detuvo y en lugar de retirarme me inmiscuí en la conversación sin pedir permiso y sin que me importase la posible censura posterior. Me atreví a hacerme cómplice de esa ama de casa insatisfecha y a darle consejos sobre como cambiar sus actitudes en la cama y a mejorar un poco su apariencia que hacía tiempo venía descuidando.
Desconozco si le darán resultado mis "tips" de revista femenina, pero lo importante es que esto hizo que de a poco me ganase la confianza de mis santas coworkers. No es que para mi vida sea relevante el contar con la aprobación del personal de la compañía (en realidad me importan muy poco todos ellos), sino que fue el único camino que encontré para llegar al objetivo que me tracé hace unas semanas: tener acceso a la información confidencial sobre los clientes de la firma.
¿Por qué? Porque César conoce mis miedos y yo quiero conocer los suyos.
Cuando cuente con ese as bajo la manga, será como esconder una calibre .45 bajo la almohada, lista para dispararle a cualquier intruso que me quiera acorralar.

Lo siento César, la ley de la jungla dice que sos vos o soy yo.
Y prefiero ser yo, siempre yo.

miércoles, 2 de abril de 2008

El diablo bajo el sol

-Ella es "la nueva", doctor - dijeron mientras el dueño estaba entrando en la recepción.
-"La nueva" tiene nombre - increpé, sabiendo que me estaba ganando respeto, aunque también enemigos
-Y "el doctor" también tiene nombre - dijo él con un guiño acompañado por una leve sonrisa.

Mientras nuestra penosa introductora se retiraba bufando, me informó que se llama Jorge y que lo podía tutear porque sino se siente anciano, a pesar de que lejos está de serlo.

Dicho esto, me deseó suerte y se encerró en la oficina.
Si es cierto que la primer impresión es la que cuenta, el resultado es positivo.

La tarde transcurría sin sobresaltos, como siempre. Entre atender el teléfono, dictado de cartas, mails y reportes, estaba bastante entretenida.

Entrado el atardecer y poco antes de la hora del cierre él cruzó la puerta y el tiempo se detuvo.
-Tengo cita con Jorge, dígale que vino César- me ordenó- y se sentó en la sala de espera sin quitarme los ojos de encima.
Que curioso saber tu nombre después de tanto tiempo y bajo estas circunstancias -pensé.

El rayo del último sol de la tarde entraba por el ventanal dándole justo de perfil.
Su rostro, desdibujado por las partículas de polvo que jugaban dentro del haz de luz, sólo dejaba en evidencia dos pupilas verdes que brillaban bajo unas cejas negras y tupidas.
Traté de no mirarlo fingiendo estar muy ocupada, pero no pude evitar alzar la vista.
El esperaba eso, lo sé porque me devolvió el gesto levantando una ceja mientras sus labios me dedicaban una mueca diabólica.
Esa cara casi bestial me provocó un escalofrío e hizo que percibiera su presencia maligna rondar por mis caderas, mis pechos y mi nuca para desahogarse en mis oídos con un susurro ensordecedor.
Sé que me reconoció, como yo lo reconocí a él. Espero que no le diga a Jorge de donde vengo porque perdería el trabajo.
La hora de salida llegó por fin y me liberó de la trampa, dejándome huir de allí torpemente y sin saludar a nadie.

Anoche no pude dormir. No sé si fue por el impacto de haberlo visto o por saber que no será la última vez que no alcance el sueño por su culpa.